Y he aprendido al fin
-a fuerzas de tropiezo y por obligación-
a observar el desencuentro
como la más cruel verdad
de esta eterna desolación.
Y he aprendido al fin
a no esperar lo inalcanzable,
a soñar con “medida”
y a no dejarme llevar
por el meloso veneno
ese que mi alma suele tomar
cuando se trata de vos.
He aprendido – al fin de cuentas ya era hora, ¡Si señor!-
que no se trata de esperarte
haciendo a un lado todo,
sino más bien esperarte “viviendo”
siendo feliz con lo que tengo,
aunque sabiendo que un día volveré a ser parte de vos.
Esa es mi bendita lección.
La lección de toda mi vida,
la lección nunca aprendida,
la que no entendió mi corazón -solo hasta hoy-
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